Sips, loser de los losers de toda la vida. Es la primera palabra que me viene a la cabeza, cabeza bien protegida por otro lado, cuando me miro en el espejo con mi nuevo (y primer) casco para la bici. Imagino esos pobres chavales gafotas de high school americana, que se tropiezan, se les caen los libros y los bullys les pinchan las ruedas. Es que son feos y antiestéticos la mierda de cascos para bici.
Quien me conozca medianamente sabrá lo mío con la bici. Quién no, ahora lo aclaro. No es que me dedique al ciclismo amateur ni nada de eso, pero encuentro en la bicicleta un medio de transporte altamente rentable: se llega a los sitios más rápido que andando y el único gasto que hay es calórico, con lo que salgo ganando: calorías me sobran a destajo. Está el tema de que si hay mucha cuesta sudas lo tuyo, así que se descarta para ir a las recepciones que da el Embajador en su chalet de la montaña. En el crudo invierno y el tope del verano también, por motivos tan evidentes que si alguien no los encuentra, le sugiero que pille una bici y empiece a pedalear con un desnivel del 15% llevando dos jerseis, abrigo y bufanda, o en camiseta pero a 30º C a la sombra. (y no digo 40 por no sonar exagerada).
Seguro que se ríen si una comeflores como yo dice que la velocidad le pone, porque más bien tengo pinta de que me dé mucho miedo. Y si, me da mucho miedo, pero también me pone. Es lo mejor. Eso de bajar la Avenida Pedralbes a toda leche, sintiendo la gravilla suelta como un campo de baches, desviándote al otro carril con un ligero toque de manillar, notando el viento por todas partes, y pensando, mierdamierdamierda que ostión te vas a dar, hace que al llegar al final, a la puerta de la uni, sana y salva, seas la tipa mas relajada y segura del mundo.
Supongo que por eso, el otro día que me la pegué de la manera mas tonta posible, me sentí todo lo contrario, una insignificante y temblorosa pánfila con una bici y el labio partido. No partido del todo menos mal, pero sí que estuve unos días como si hubiera ido a implantarme colágeno en los morros a Corporación Dermoestética y le hubieran dejado el trabajo a la secretaria. Y aún me noto bultito por dentro.
La manera más tonta posible es caerse subiendo a la acera a velocidad 0 y estamparse la jeta a cámara lenta en el arcén, entre un taxi y el bordillo. Primero subes una rueda, luego la otra, y cuando empiezas a pedalear la rueda trasera vuelve a bajar, la bici pierde estabilidad, se tumba, pones un pies en el suelo y piensas, salvada. Sigues cayendo, pones una mano en el taxi y dices, ya está. Pero sigues cayendo, los airbags frontales amortiguan un poco, crees que ya está, pero el peso de la sabiduría empuja a tu coco a seguir cayendo, hasta que literalmente te comes el suelo. Todo esto por no tener paciencia de esperar que el semáforo cambiara a verde y pensar que subirse a la acera es la opción correcta.
Mi hermano dice que es un tontería que ahora me compre un casco, porque a no ser que hubiera llevado uno de futbol americano, no me hubiera salvado los morritos. Pero estos sustos siempre te hacen ver las cosas de manera distinta: sentí de una manera exagerada la fragilidad de la especie humana, y en especial la mía propia, desde los pies hasta los dientes. En el primer momento es el orgullo que te dice, si te hubieras hecho más daño y el casco pudiera haberlo evitado, ahora mismo alguien te estaría dicendo, ya te aviséee. Luego es el desamparo y la consciencia de soledad ante estos berenjenales, te echas unos lloros y deseas que aparezca alguien para darte un caramelo, y te lamentas de absolutamente todo, entre ello, el ser tan tonta de ir sin casco. Pero cuando se te pasa ves que poco importa tener o no a alguien que te consuele, si lo que queda para consolar es un cacho de Out estampado en alguna farola.
Eso es lo que hay que recapacitar, no el ostión tonto en sí, si no la manera de ir por el mundo. Y ahí entra el pasar de las tonterías estéticas y convencionales, comprarse el puto casco y ya puestos, vigilar un poquito más.