Vuelve a casa vuelve
Da gusto volver a casa. El asunto de vivir fuera durante la semana me hace redescubrir el gozo de estar en este sagrado santuario de la pajerez que es mi alcoba. También redescubro la alegría de estar con mi família, que son un poco pesados, como yo (el gen plasta de los Outcasts), pero que al final los acabo echando de menos y todo.
Otra cosa que me llena de alegría es abrir la nevera y ver que todos los estantes son míos y que puedo coger lo que quiera para prepararme el tupper. Técnicamente es mi comida también, pero no dejo de sentirme un poco cómo una invitada gorrona cuando como en mi casa, así que disfruto doblemente del desayuno que me pego los fines de semana. Quizás el término doblemente se podría asociar a la cantidad de la ración, pero entraríamos entonces en una temática que no nos interesa, al menos a mí.
Hablando de ponerse hasta los codos, aquí esta la mona. No se cómo están los lectores de conocimiento sobre dulces típicos de las regiones de España. Yo mal, tengo unos lios con las yemas de santa teresa, los palos santos, y los huesos de santo que no vean. Me sé los nuestros: el lunes de pascua se come un pastel de sara con un huevo de chocolate encima. A veces el pastel es de chocolate por fuera o con yema, pero siempre es de un tipo de bizcocho que se llama “pa de pessic” (pan de pellizco), que es un bizcocho muy denso pero muy blandito, que se presta a ser comido a pellizquitos.
En mi casa había rulaba una extraña leyenda urbana sobre de que no nos gustan los pasteles, y por la mona solo queríamos una figura (enorme) de chocolate, que es una variante cada vez mas extendida. Creo que tiene que ver con que a mi madre no le gustan los pasteles pero sí el chocolate. El caso es que, de pequeña, nunca tuve una mona-pastel comme il faut. Cuando en el cole teníamos que dibujar nuestra mona era un desatre, porque la mía casi siempre era un huevo enorme de color marrón, y eso no se presta a muchas revelaciones artísticas por parte de nadie. No me imagino ni un Picasso original con la temática de un huevo de chocolate. Alguna vez la profesora me había hecho inventar un pastel debajo, para dejarme entretenida algo más de rato.
El lunes de pascua me lo pasé de guardia en la farmacia, así que decidí pegarme una alegría pa’l cuerpo y compensar de una vez por todas, no sólo la dureza de trabajar en pascua, si no la dureza de todos aquellos años sin pastel de mona. Y me regalé una mona, que me comí al lado de los tranxiliums. No toda me la comí eh, tampoco nos pasemos.
Más cosas. La cabecera. Se me olvidó decir que la rana que hay es la que llevo tatuada. La prueba.
Y bueno, me despido con una gran obra de la pintura, hecha en rotulador sobre pizarra magnética-regalo-promocional-danone, por Docer, mi hermano. Para refrescar la memoria, repitan en voz alta su nick. Docerdocerdocer… jejejje! Eso, que esta noche ha nacido una obra de arte más, que no sé cuanto durará porque mañana mi abuela y mi madre pasarán por delante dela nevera y yo no me responsabilizo de nada…
Otra cosa que me llena de alegría es abrir la nevera y ver que todos los estantes son míos y que puedo coger lo que quiera para prepararme el tupper. Técnicamente es mi comida también, pero no dejo de sentirme un poco cómo una invitada gorrona cuando como en mi casa, así que disfruto doblemente del desayuno que me pego los fines de semana. Quizás el término doblemente se podría asociar a la cantidad de la ración, pero entraríamos entonces en una temática que no nos interesa, al menos a mí.
Hablando de ponerse hasta los codos, aquí esta la mona. No se cómo están los lectores de conocimiento sobre dulces típicos de las regiones de España. Yo mal, tengo unos lios con las yemas de santa teresa, los palos santos, y los huesos de santo que no vean. Me sé los nuestros: el lunes de pascua se come un pastel de sara con un huevo de chocolate encima. A veces el pastel es de chocolate por fuera o con yema, pero siempre es de un tipo de bizcocho que se llama “pa de pessic” (pan de pellizco), que es un bizcocho muy denso pero muy blandito, que se presta a ser comido a pellizquitos.
En mi casa había rulaba una extraña leyenda urbana sobre de que no nos gustan los pasteles, y por la mona solo queríamos una figura (enorme) de chocolate, que es una variante cada vez mas extendida. Creo que tiene que ver con que a mi madre no le gustan los pasteles pero sí el chocolate. El caso es que, de pequeña, nunca tuve una mona-pastel comme il faut. Cuando en el cole teníamos que dibujar nuestra mona era un desatre, porque la mía casi siempre era un huevo enorme de color marrón, y eso no se presta a muchas revelaciones artísticas por parte de nadie. No me imagino ni un Picasso original con la temática de un huevo de chocolate. Alguna vez la profesora me había hecho inventar un pastel debajo, para dejarme entretenida algo más de rato.
El lunes de pascua me lo pasé de guardia en la farmacia, así que decidí pegarme una alegría pa’l cuerpo y compensar de una vez por todas, no sólo la dureza de trabajar en pascua, si no la dureza de todos aquellos años sin pastel de mona. Y me regalé una mona, que me comí al lado de los tranxiliums. No toda me la comí eh, tampoco nos pasemos.
Más cosas. La cabecera. Se me olvidó decir que la rana que hay es la que llevo tatuada. La prueba.
Y bueno, me despido con una gran obra de la pintura, hecha en rotulador sobre pizarra magnética-regalo-promocional-danone, por Docer, mi hermano. Para refrescar la memoria, repitan en voz alta su nick. Docerdocerdocer… jejejje! Eso, que esta noche ha nacido una obra de arte más, que no sé cuanto durará porque mañana mi abuela y mi madre pasarán por delante dela nevera y yo no me responsabilizo de nada…
1 comentario:
Durara siempre, porque Docer es Eterno, claro.
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