sábado, junio 10, 2006

El origen de las palabras

El lenguaje se inventó como respuesta a la necesidad de referirse a los objetos sin que estos estuvieran presentes. Más o menos. Así, si tenías una piedra delante, te bastaba con señalarla o a lo sumo tirársela directo al entrecejo de tu vecino, si es que se estaba pasando de listo.

Leí por algun sitio que uno de los puntos que llevaron a diferenciar a los hombres de sus antepasados algo más animales es la capacidad de abstracción. Dar nombre a cosas que no puedes señalar, describir aquello que no puedes ver. Y eso si que realmente solo se puede hacer con lenguaje. Describir, me refiero. Transmitir es otra cosa.

Así pues, hay palabras que nacen del deseo de poder etiquetar excepcionalidades de la naturaleza y poder darlas a entender a quiénes no la experimentan en sus carnes. Pero como al crear una palabra para algo que no se puede enlatar, puede cambiar el significado que tenga para cada emisor y receptor, y de ahí la pega o la preciosidad de la comunicación: hacer que unos y otros tengamos que entender qué significan ciertas cosas para cada uno.

Algun día, pues, alguien tuvo que inventar la palabra ángel, englosando varios conceptos que él sabría. Y a partir de ahí cada cual le ha dado significados varios. Como no soy filologa y no tengo la menor intención de pararme a estudiarlo, me quedaré en que no tengo ni idea de si la primera mención a los ángeles fue o no en la biblia, pero es que me da la sensación de que no… Y si fue así, tampoco creo que de repente alguien tuviera la feliz idea de inventarse unos seres en nada parecidos a los que le rodeaban, no. Los ángeles existen y viven entre nosotros.

Nunca me había parado a pensar especialmente en la palabra, hasta hace un año, casi, cuando vi de repente justificada la existencia del término, pues no se me ocurre nada tan grande como para catalogar a una persona como era Marta.

Ya se sabe que muertos todos somos grandes personas, sin mal alguno, todo virtudes. Pero de ella se puede decir que ya en vida se le atribuía toda la bondad atribuíble. Quizás su discapacidad la había hecho desarrollarse incosnciente y ajena a la malicia de un mundo lleno de mierda, pero con la que le había llegado a salpicar, tampoco hubiera sorprendido que hubiera sido una pesada y quejica del copón. Pero no. Amor incondicional y paciencia sincera, eso era Marta. Un ángel que nos acompañó veinte años, que se han hecho cortos, sin que ello signifique que no estuvieran aprovechados.

Se fue dejando atrás una marca en todos los que la conocieron, no una marca muy escandalosa, o espectacular, no, algo discreto que mientras vivió no terminamos de percibir, pero que ahora es profunda y duradera. Todos echamos de menos sus abrazos. Y jugar con ella a Barbies también, qué coño.

(…y será que tengo una epoca pachanga, pero no me sale lyric más adecuado para la ocasión...)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y, al final, el recuerdo es abstraccion. Lo que queda, la idea. Y acto, al fin y al cabo: que se pueda hablar de quien un dia fue, sin que haya dejado de serlo.